lunes, 26 de mayo de 2014

Un guardaparques del páramo


Un guardaparques del páramo

Caminar las latitudes del PNC con Don Germán Gutierrez es como caminar con el parque mismo

“Don Germán es un conocedor… si quieres caminar en el Cajas, llegar a sitios lejanos, poco accesibles, él es la persona indicada. Nadie más…”, me decía una tarde, hace ya un par de años, Nicanor Merchán, cuando platicábamos del Cajas y su inenarrable belleza. Meses después, en los últimos 50 metros que distaban la cima del K2, recordaba esas palabras mientras, jadeante, cansado y maravillado,  miraba hacia arriba para no perder la huella del guía y amigo que no cortaba el paso, como si no fuese una cuesta casi vertical, como si no estuviésemos a más de 4000 mts y como si no hubiese un viento capaz de lanzarte o como si no hubiésemos andado ya tantas horas observando en el camino: lagunas, montañas, pajonales, bosques, águilas, quindes, patos y demás.

Pero la meta era la cima; el premio, una vista única de algunos de los valles glaciares del Parque y sus lagunas; el problema, seguirle el paso –cámara, lentes y trípode en mano, caída tras caída-... y de repente, cuando la neblina es lavada por el viento y recuerdo que no estoy solo me encuentro con Don Germán sentado, esperándome y, luego de reír de mi cansancio habla, “gritando pero suavito” para asegurarse ser entendido: “a parte de uno o dos guardaparques y algún andinista, solo usted y yo hemos venido por esta ruta…”. 

Desde la cima del K2 podemos entender la magnitud del Parque


La entera extensión de la Osohuayco

La mirada imponente del valle de Mamamag y su laguna
Y continuamos entonces, con la cima del k2 al frente y el cansancio solo en la memoria porque, esas cosas que nunca suceden, son habituales en el Cajas y, de un segundo a otro, toda la neblina se va, huye, corre a una velocidad que se deja escuchar, sentir, evidenciar y lo hace de una manera tan histriónica que, de pronto, me encuentro observándola como si fuese un animal en huida o un rio precipitándose como una cascada. Y entonces, en ese segundo que dura lo que todo segundo eterno observamos, codo a codo y ayudándonos contra el viento observamos, decía, todo aquello que se puede observar: el valle de Mamamag, con la laguna y su forma de “L” y el bosque que la rodea y la peña inmensa que la cobija y la caída abisal hacia el valle de Yaviucu, a un lado. Al otro, la izquierda viéndolo de frente, todo el valle de las Burines como un piso arriba ante la caída hacia Mamamag; un piso repleto de lagunas señoriales y coquetas, como dice el amigo. Y hacia el otro, la Lagartococha, una de las más bellas de las casi mil lagunas del Cajas, lo cual es mucho decir, en verdad y, hacia el otro lado, imponente, alucinante, la Osohuaico y todas sus salientes y entrantes y cochas que la rodean y la hacen una gigante entre gigantes y, como si no fuera suficiente, la Patos Colorados juntito, cerquita a esta gigante que enamora y engrandece la visión de quien la tiene al frente.

Sentados entonces, al borde de todos los bordes descansamos platicando a gritos para sortear la distancia que pende del viento huracanado que sacude y hace espirales con la neblina mientras escucho, atento, las palabras del guardaparques, apenas meses atrás jubilado, que conoce el Cajas de “cabo a rabo”: “la primera ves que estuve en el Cajas solo y me quedé cuatro días a dormir buscando dónde hacerlo y cómo sortear el frio y el hambre tenía, me parece, unos once años…  y es que salí una mañana a coronar una loma para ver qué había más allá y, al llegar a la cima, encontré una interminable cadena de montañas que terminaban en otra loma ante lo que me plantié llegar para ver en qué terminan las montañas y caminé las horas necesarias con la ilusión de saber lo que aguarda en el final. Y llegué, y coroné la loma y al ver hacia el otro lado vi que lo que me esperaba eran más montañas, con un final igual de lejano, pero no imposible, por lo que volví a empezar… claro que en un punto determinado me di cuenta de que ya era la noche por lo que me vi obligado a encontrar una piedra-cueva que me proteja y cobije la noche entera porque en el páramo de frío no se muere, quizá de hambre si…” 

Cuevas contra carpas: el buen dormir del páramo


Una de las cuevas-suites de don Germán
 
Luego bajamos, tras unos larguísimos 20 minutos de estar en la cima del K2, rumbo a una de las cuevas que Don Germán conoce y en la que pasaríamos la noche al abrigo de esa pared de roca partiendo el frio en dos, mientras sentencia: “es un desperdicio de espacio y energía traer carpas al Cajas… si se lo conoce, hay cuevas que son tan cómodas como una cama y amplias y ventiladas…” y, al evidenciarlo en aquella memorable cueva, a unos 10 minutos de la Osohuayco, uno entiende que en la simpleza está la mejor parte de los paseos por lo que, en silencio, escucho que continúa la anécdota: “A veces, cuando estoy aburrido en casa, vengo a dormir en mi “suite” que es más cómoda que mi cama jajajajajajajajajaja”.

El humor, debo decirlo, es un maravilloso compañero en las horas de soledad en el páramo por lo que, entiendo y celebro la risa amplia y sincera del amigo guardaparques mientras abre los ojos claros como remontándose al momento exacto de cada anécdota, como aquella en la que, cuenta, trabajó para los militares, ayudándoles a rectificar el mapa del Cajas en largas jornadas en las que les tubo que enseñar a “andar” y ubicarse en la montaña porque, recuerda, con el Cajas no se juega, no se improvisa, porque estas montañas y sus lagunas son, y lo dice desde la certeza de la verdad, un espacio de silencio para que el hombre se sienta y entienda parte de la armonía de la naturaleza, expresión maravillosa de Dios.

IMPORTANTE:
El uso de animales de carga dentro del PNC está restringido para investigaciones que demandan el traslado de equipos pesados para el desarrollo de los mismos, como la que en estas salidas realizaba con la guía de Don Germán.




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