Un guardaparques del páramo
Caminar
las latitudes del PNC con Don Germán Gutierrez es como caminar con el parque
mismo
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“Don
Germán es un conocedor… si quieres caminar en el Cajas, llegar a sitios lejanos,
poco accesibles, él es la persona indicada. Nadie más…”, me decía una tarde, hace
ya un par de años, Nicanor Merchán, cuando platicábamos del Cajas y su
inenarrable belleza. Meses después, en los últimos 50 metros que distaban la
cima del K2, recordaba esas palabras mientras, jadeante, cansado y maravillado, miraba hacia arriba para no perder la huella
del guía y amigo que no cortaba el paso, como si no fuese una cuesta casi
vertical, como si no estuviésemos a más de 4000 mts y como si no hubiese un
viento capaz de lanzarte o como si no hubiésemos andado ya tantas horas observando
en el camino: lagunas, montañas, pajonales, bosques, águilas, quindes, patos y demás.
Pero
la meta era la cima; el premio, una vista única de algunos de los valles glaciares
del Parque y sus lagunas; el problema, seguirle el paso –cámara, lentes y
trípode en mano, caída tras caída-... y de repente, cuando la neblina es lavada
por el viento y recuerdo que no estoy solo me encuentro con Don Germán sentado,
esperándome y, luego de reír de mi cansancio habla, “gritando pero suavito”
para asegurarse ser entendido: “a parte de uno o dos guardaparques y algún
andinista, solo usted y yo hemos venido por esta ruta…”.
Desde la cima del K2 podemos entender la magnitud del Parque
La entera extensión de la Osohuayco |
La mirada imponente del valle de Mamamag y su laguna |
Y
continuamos entonces, con la cima del k2 al frente y el cansancio solo en la
memoria porque, esas cosas que nunca suceden, son habituales en el Cajas y, de
un segundo a otro, toda la neblina se va, huye, corre a una velocidad que se
deja escuchar, sentir, evidenciar y lo hace de una manera tan histriónica que,
de pronto, me encuentro observándola como si fuese un animal en huida o un rio
precipitándose como una cascada. Y entonces, en ese segundo que dura lo que
todo segundo eterno observamos, codo a codo y ayudándonos contra el viento
observamos, decía, todo aquello que se puede observar: el valle de Mamamag, con
la laguna y su forma de “L” y el bosque que la rodea y la peña inmensa que la
cobija y la caída abisal hacia el valle de Yaviucu, a un lado. Al otro, la
izquierda viéndolo de frente, todo el valle de las Burines como un piso arriba
ante la caída hacia Mamamag; un piso repleto de lagunas señoriales y coquetas,
como dice el amigo. Y hacia el otro, la Lagartococha, una de las más bellas de
las casi mil lagunas del Cajas, lo cual es mucho decir, en verdad y, hacia el
otro lado, imponente, alucinante, la Osohuaico y todas sus salientes y
entrantes y cochas que la rodean y la hacen una gigante entre gigantes y, como
si no fuera suficiente, la Patos Colorados juntito, cerquita a esta gigante que
enamora y engrandece la visión de quien la tiene al frente.
Sentados
entonces, al borde de todos los bordes descansamos platicando a gritos para
sortear la distancia que pende del viento huracanado que sacude y hace
espirales con la neblina mientras escucho, atento, las palabras del
guardaparques, apenas meses atrás jubilado, que conoce el Cajas de “cabo a rabo”:
“la primera ves que estuve en el Cajas solo y me quedé cuatro días a dormir
buscando dónde hacerlo y cómo sortear el frio y el hambre tenía, me parece,
unos once años… y es que salí una mañana
a coronar una loma para ver qué había más allá y, al llegar a la cima, encontré
una interminable cadena de montañas que terminaban en otra loma ante lo que me
plantié llegar para ver en qué terminan las montañas y caminé las horas
necesarias con la ilusión de saber lo que aguarda en el final. Y llegué, y
coroné la loma y al ver hacia el otro lado vi que lo que me esperaba eran más
montañas, con un final igual de lejano, pero no imposible, por lo que volví a
empezar… claro que en un punto determinado me di cuenta de que ya era la noche
por lo que me vi obligado a encontrar una piedra-cueva que me proteja y cobije
la noche entera porque en el páramo de frío no se muere, quizá de hambre si…”
Cuevas contra carpas: el buen dormir del páramo
Una de las cuevas-suites de don Germán |
Luego
bajamos, tras unos larguísimos 20 minutos de estar en la cima del K2, rumbo a
una de las cuevas que Don Germán conoce y en la que pasaríamos la noche al
abrigo de esa pared de roca partiendo el frio en dos, mientras sentencia: “es
un desperdicio de espacio y energía traer carpas al Cajas… si se lo conoce, hay
cuevas que son tan cómodas como una cama y amplias y ventiladas…” y, al
evidenciarlo en aquella memorable cueva, a unos 10 minutos de la Osohuayco, uno
entiende que en la simpleza está la mejor parte de los paseos por lo que, en
silencio, escucho que continúa la anécdota: “A veces, cuando estoy aburrido en
casa, vengo a dormir en mi “suite” que es más cómoda que mi cama jajajajajajajajajaja”.
El
humor, debo decirlo, es un maravilloso compañero en las horas de soledad en el
páramo por lo que, entiendo y celebro la risa amplia y sincera del amigo
guardaparques mientras abre los ojos claros como remontándose al momento exacto
de cada anécdota, como aquella en la que, cuenta, trabajó para los militares,
ayudándoles a rectificar el mapa del Cajas en largas jornadas en las que les
tubo que enseñar a “andar” y ubicarse en la montaña porque, recuerda, con el
Cajas no se juega, no se improvisa, porque estas montañas y sus lagunas son, y
lo dice desde la certeza de la verdad, un espacio de silencio para que el
hombre se sienta y entienda parte de la armonía de la naturaleza, expresión
maravillosa de Dios.
IMPORTANTE:
El
uso de animales de carga dentro del PNC está restringido para investigaciones
que demandan el traslado de equipos pesados para el desarrollo de los mismos,
como la que en estas salidas realizaba con la guía de Don Germán.
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