Panorámica de la parroquia con el mítico cerro Fasayñan de fondo |
San Bartolomé de las manzanas y las guitarras
Una
parroquia que enamora por sus colores, sonidos y sabores
Recorrer
los caminos de nuestra serranía es como seguir una rizomática cadena de
riachuelos que labran su huella abriendo todo el color que humedece la tierra,
henchida, de todo aquello que tiene el don de maravillar. Así, hace un par de
semanas y acompañado por personal de la CZ6 del MINTUR, visitamos la parroquia
de San Bartolomé en una tarde de sol y nubes y lo que entre ellos acontece
cuando se encuentran y dialogan libres, como si nadie observara, es decir, un
desfile de texturas y colores en todo lo ancho del cielo.
Tengo
que decir que la visita a “San Bartolo” me sabe siempre a infancia, porque
aquellos primeros años en donde todo cuece dentro tuve la bendición de pasarlos
cerca, en la verde parroquia del Valle, tierra de los abuelos. Por eso, en la
ruta, fue inevitable empezar re-conociendo “la casa de la loma” para luego
alegrar la vía con un “pancito de santana”, de esos con sabor a leña y un
trocito quemado, por rigor, de dulce o de sal y acompañado, como no podría ser
diferente, por el helado de leche hecho en casa, en plena esquina de la
parroquia, la misma esquina de hace casi 30 años.
Y es
que, cuando niño, el pan de Santana era un premio escondido en la alacena de la
abuela y el helado, una aventura… ahora que regresan las texturas y la
sensación a este ahora, me doy cuenta de que nada ha cambiado: el mismo sabor,
la misma alegría. Claro que ya no están los abuelos que se fueron como las
nubes que vamos viendo y dejando de ver a cada curva del camino, lo cual y
gracias a un helado y un pan me recuerdan lo frágil que es esta espiral en que
vamos todos a grandes sorbos consumiendo la vida, disfrutándola con los espejos
chiquitos para ver atrás y la ventana inmensa para ver adelante… entonces,
claro, se sigue con una sonrisa para re-encontrarse en el próximo paisaje que,
en esta ocasión, resulta el de la parroquia de “san bartolo”, hermosa y
solitaria en medio de las montañas y con un abismo a sus espaldas, resguardada,
claro, por el imponente y adorable (literalmente) Fasayñan a la distancia.
Entre el color de sus huertos y el sonido de sus casas
Manzanas “listas” en el huerto familiar |
Se
puede decir que el 80% de los habitantes tienen un huerto con varios tipos de
manzanas, si, porque según Don Luis Tenesaca, existen aproximadamente 10
diferentes variedades (como la Royal Gala, la Flor de Mayo, la Emilia, la
Golden Delicius y la Winter Banana, entre muchas otras), pudiendo ser más entre
aquellos que se dedican a trabajarlas y “mezclarlas”. Por eso, decía don Luis,
prácticamente no se encuentra casa en la parroquia que no tenga su huerto
rebosante por la riqueza de esta tierra en donde “todo lo que se siembra se
cosecha”; así, los huertos muestran una gran variedad de frutos y colores (reinas,
saxumas, peras y duraznos) porque y citando a un lugareño: “acá las frutas es
lo que hay…”.
Don
Luis, como buen conocedor, explica que el proceso desde la siembra hasta la
primera cosecha de una planta de manzana puede tardar hasta tres años. Claro
que luego de esta primera floración y su posterior fruto la cosecha se torna
anual, merced, nuevamente, a la fecundidad de estas tierras… “es que cuando uno
come estas manzanas entiende que tienen otro sabor, otra textura. No es lo
mismo, es más rica, por eso vienen de todo lado a comprar acá…”.
Una tradición sonora que se sostiene más de un siglo
Para
Don Edgar Quezada, maestro artesano de San Bartolomé, la manufactura de las guitarras
es parte medular de la historia de esta parroquia. Cuenta que fue hace cerca de
130 años cuando un carpintero de apellido Uyaguari, don Isidoro, se encontró
con una guitarra vieja y, por curiosidad, la desarmó, encontrando en este
proceso un enamoramiento que lo llevó a volverla a armar para descubrir los
secretos del sonido y la madera. Y ahí nace la tradición de fabricantes de
guitarras de Sigsillano, en donde, en la actualidad, se cuentan entre 12 y 18
artesanos de este hermoso oficio. Don Isidoro tubo 3 hijos, don Julio (+), don
Antonio (+) y don Víctor Alfonso Uyaguari Vintimilla, quienes perfeccionaron el
arte convirtiéndose en verdaderos maestros.
“Se
enseña de boca a boca, es un trabajo que exige muchísima paciencia…”, dice Don
Edgar, quien recuerda haber sido alumno de Víctor Uyaguari con quien, día a día,
iba perfeccionando el arte que “nunca se termina de aprender”.
En Sigsillano
se fabrican guitarras, bandolinas, charangos, arpas y de todo, aunque en la
actualidad casi únicamente guitarras y requintos, las cuales se venden en la
plaza de San Francisco, en Cuenca y directamente en la casa del artesano.
Recuerda una anécdota en la que cierto día llegó a su taller el propietario,
orgulloso, de una guitarra española, de marca “Pimentel” la cual se había
quebrado. Su urgencia era arreglarla, pues la había comprado en Cuenca, en un
almacén reconocido que la importó para él. La sorpresa de don Edgar fue que, al
abrirla, reconoció su trabajo y, tras decirle al dueño prosiguió a quitar la
etiqueta “Pimentel” para descubrir, debajo, la que llevaba su nombre:
“guitarras Quezada”. “Desde entonces es mi cliente, recuerda, y me ha hecho
mucha propaganda…”.
San
Bartolomé, para terminar, es una parroquia especial, en donde los sentidos
encuentran una fiesta para satisfacerse, en todos los niveles imaginables.
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