lunes, 12 de mayo de 2014

San Bartolomé de las manzanas y las guitarras



Panorámica de la parroquia con el mítico cerro Fasayñan de fondo

San Bartolomé de las manzanas y las guitarras

Una parroquia que enamora por sus colores, sonidos y sabores

Recorrer los caminos de nuestra serranía es como seguir una rizomática cadena de riachuelos que labran su huella abriendo todo el color que humedece la tierra, henchida, de todo aquello que tiene el don de maravillar. Así, hace un par de semanas y acompañado por personal de la CZ6 del MINTUR, visitamos la parroquia de San Bartolomé en una tarde de sol y nubes y lo que entre ellos acontece cuando se encuentran y dialogan libres, como si nadie observara, es decir, un desfile de texturas y colores en todo lo ancho del cielo.

Tengo que decir que la visita a “San Bartolo” me sabe siempre a infancia, porque aquellos primeros años en donde todo cuece dentro tuve la bendición de pasarlos cerca, en la verde parroquia del Valle, tierra de los abuelos. Por eso, en la ruta, fue inevitable empezar re-conociendo “la casa de la loma” para luego alegrar la vía con un “pancito de santana”, de esos con sabor a leña y un trocito quemado, por rigor, de dulce o de sal y acompañado, como no podría ser diferente, por el helado de leche hecho en casa, en plena esquina de la parroquia, la misma esquina de hace casi 30 años.

Y es que, cuando niño, el pan de Santana era un premio escondido en la alacena de la abuela y el helado, una aventura… ahora que regresan las texturas y la sensación a este ahora, me doy cuenta de que nada ha cambiado: el mismo sabor, la misma alegría. Claro que ya no están los abuelos que se fueron como las nubes que vamos viendo y dejando de ver a cada curva del camino, lo cual y gracias a un helado y un pan me recuerdan lo frágil que es esta espiral en que vamos todos a grandes sorbos consumiendo la vida, disfrutándola con los espejos chiquitos para ver atrás y la ventana inmensa para ver adelante… entonces, claro, se sigue con una sonrisa para re-encontrarse en el próximo paisaje que, en esta ocasión, resulta el de la parroquia de “san bartolo”, hermosa y solitaria en medio de las montañas y con un abismo a sus espaldas, resguardada, claro, por el imponente y adorable (literalmente) Fasayñan a la distancia. 

Entre el color de sus huertos y el sonido de sus casas


Manzanas “listas” en el huerto familiar

Se puede decir que el 80% de los habitantes tienen un huerto con varios tipos de manzanas, si, porque según Don Luis Tenesaca, existen aproximadamente 10 diferentes variedades (como la Royal Gala, la Flor de Mayo, la Emilia, la Golden Delicius y la Winter Banana, entre muchas otras), pudiendo ser más entre aquellos que se dedican a trabajarlas y “mezclarlas”. Por eso, decía don Luis, prácticamente no se encuentra casa en la parroquia que no tenga su huerto rebosante por la riqueza de esta tierra en donde “todo lo que se siembra se cosecha”; así, los huertos muestran una gran variedad de frutos y colores (reinas, saxumas, peras y duraznos) porque y citando a un lugareño: “acá las frutas es lo que hay…”.
Don Luis, como buen conocedor, explica que el proceso desde la siembra hasta la primera cosecha de una planta de manzana puede tardar hasta tres años. Claro que luego de esta primera floración y su posterior fruto la cosecha se torna anual, merced, nuevamente, a la fecundidad de estas tierras… “es que cuando uno come estas manzanas entiende que tienen otro sabor, otra textura. No es lo mismo, es más rica, por eso vienen de todo lado a comprar acá…”.


Una tradición sonora que se sostiene más de un siglo


 
Para Don Edgar Quezada, maestro artesano de San Bartolomé, la manufactura de las guitarras es parte medular de la historia de esta parroquia. Cuenta que fue hace cerca de 130 años cuando un carpintero de apellido Uyaguari, don Isidoro, se encontró con una guitarra vieja y, por curiosidad, la desarmó, encontrando en este proceso un enamoramiento que lo llevó a volverla a armar para descubrir los secretos del sonido y la madera. Y ahí nace la tradición de fabricantes de guitarras de Sigsillano, en donde, en la actualidad, se cuentan entre 12 y 18 artesanos de este hermoso oficio. Don Isidoro tubo 3 hijos, don Julio (+), don Antonio (+) y don Víctor Alfonso Uyaguari Vintimilla, quienes perfeccionaron el arte convirtiéndose en verdaderos maestros.

“Se enseña de boca a boca, es un trabajo que exige muchísima paciencia…”, dice Don Edgar, quien recuerda haber sido alumno de Víctor Uyaguari con quien, día a día, iba perfeccionando el arte que “nunca se termina de aprender”. 



En Sigsillano se fabrican guitarras, bandolinas, charangos, arpas y de todo, aunque en la actualidad casi únicamente guitarras y requintos, las cuales se venden en la plaza de San Francisco, en Cuenca y directamente en la casa del artesano. Recuerda una anécdota en la que cierto día llegó a su taller el propietario, orgulloso, de una guitarra española, de marca “Pimentel” la cual se había quebrado. Su urgencia era arreglarla, pues la había comprado en Cuenca, en un almacén reconocido que la importó para él. La sorpresa de don Edgar fue que, al abrirla, reconoció su trabajo y, tras decirle al dueño prosiguió a quitar la etiqueta “Pimentel” para descubrir, debajo, la que llevaba su nombre: “guitarras Quezada”. “Desde entonces es mi cliente, recuerda, y me ha hecho mucha propaganda…”.

San Bartolomé, para terminar, es una parroquia especial, en donde los sentidos encuentran una fiesta para satisfacerse, en todos los niveles imaginables.  





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