martes, 17 de junio de 2014

Quingeo, en donde se detiene el tiempo


Quingeo, en donde se detiene el tiempo

Un pueblo con historia y voz propia


Es difícil visitar Quingeo y no querer regresar apenas se lo deja atrás. Es difícil, decía, recorrer sus casas y balcones y escaleras y no sentirse parte de esa historia, como si ante la belleza colorida de sus paredes y la textura firme del barro en que se sostienen anduviera una voz familiar o un recuerdo a medias, como cuando el sueño se corta y empieza de nuevo sin dejarse sentir y abordamos ese estado de irrealidad en donde todo se recrea con una claridad pasmosa.
Y es que Quingeo es una parcela de historia vibrante, de gente amable pero fuerte y dueña de una arquitectura sinuosa y “ese algo” que sitúa al visitante en los paisajes de la Comala de Rulfo, como dice mi papá cada vez que visitamos este hermoso pueblo y sus alrededores, porque a Quingeo lo he visitado tantas veces que es difícil pensar en algún espacio que me sea ajeno.



Años atrás, con Hernán Salcedo y Silvia Pesantez, fotógrafo-director y directora de arte (quizá los mejores de la ciudad y el país y, sobre todo, entrañables amigos) trabajamos en un proyecto de investigación sobre la tradición oral de esta parroquia el cual, como resultado final, se plasmó en un libro de fotografías y una breve narración literaria basada en un estudio académico sobre las costumbres y tradiciones del lugar.
El libro, publicado por la Subsecretaría de Cultura Región Sur, en el 2010, se planteó como un reconocimiento a la parroquia, Patrimonio Cultural de la Nación y fue concebido como una serie de metáforas “literario-fotográficas” basadas en los moradores del lugar, en su amplio margen de edades, utilizando sus modismos, su musicalidad y forma de platicar en la cotidianidad o, por lo menos, esa fue la intención. 



Y por esto me resulta familiar hablar de Quingeo, un pueblo de una belleza que he re-conocido y a la que vuelvo ahora, cámara en mano y la intención de compartir con usted, amable lector y potencial turista porque, el turismo, sin dar brincos exagerados, significa visitar lugares “ajenos” para disfrutarlos y entenderlos en esa aprehensión que hace que nos enamoremos de los paisajes culturales (como diría Gabi Eljuri) que luego, por lógica, protegeremos desde el sentimiento de pertenencia o, mejor, de empatía. 

Y empiezo entonces por decir que, en Quingeo, quizá más que en otros lugares de este austro nuestro, la memoria viva es palpable y se sostiene en huellas profundas que continúan de generación en generación aunque, claro, ante la globalización y la modernidad líquida, muchas de ellas se van diluyendo como la neblina que cubre el valle de profundos maizales y casas perdidas entre las chacras por el que se accede a esta entrañable comarca andina.


Quingeo conjuga la arquitectura, la tradición y la naturaleza

Todo pueblo, o casi, tiene su encanto. La cosa es que en Quingeo casi todo es un encanto. Por esto, para un observador, es fácil encontrar razones para caminar paso a paso la extensión del pueblo, descubriendo espacios como la calle que corre paralela a la plaza, detrás de las fachadas de las casas que encaran a la misma partiendo desde el ingreso a la iglesia; calle de tierra y piedra que sube y se deja descubrir en las escaleras posteriores de las viviendas de dos y tres pisos un universo de texturas y colores que describen mucho del carácter austero y cordial, a la vez, del habitante andino. Esa sensación de sentirnos protegidos “todo un siempre” por el cerco natural que nos rodea.



Casas con misterios y secretos, como aquellas que tienen cuartos construidos bajo tierra, como sótanos que, como dice Omar Reinoso, vienen desde tiempos ya remotos cuando las comunidades indígenas -dispersas a los alrededores- se levantaban en huelgas y destruían las viviendas del poblado por lo que, los dueños de estas casas, se escondían -por protección- en estos sótanos habitados. O la casa del mismo Sr. Reinoso que tiene, como en una película de misterio, una grada falsa que da acceso a un cuarto escondido y, así, secretos encerrados en esta arquitectura fabulosa que hizo que Quingeo sea considerado Patrimonio Cultural de nuestro país.



Casas de abobe y bahareque con balcones y terrazas y, por lo menos, dos pisos. Coloridas  y juntitas, anchas o estrechas pero todas profundas y con intrincados sistemas internos para acceder a sus diferentes pisos, en muchos casos abandonadas, cerradas con candado como queriendo anular el tiempo que corre a pesar del silencio que gobierna la plaza merced, quizá, a la migración que tanto a afectado a nuestros pequeños poblados de esta serranía ecuatorial.


Una iglesia y su plaza que sostienen una memoria colectiva ya que, como nos platicaban algunos moradores, en esa misma plaza, no mucho tiempo atrás, se corrían las escaramuzas (serie de figuras trazadas en la explanada por jinetes, bravos y hábiles, que participan de “la juega”, a breves rasgos) o se jugaba a la corrida de cinta (en el cual se tendía un cable de donde colgaban cintas multicolores y una argolla, la misma que debía ser atravesada por un jinete a toda carrera utilizando un esfero o un palo) o las chamizas, que ardían con leña recogida días antes del día de fiesta y que anunciaban la celebración, como invitando a todos a ser partícipes, como recordando que el fuego aproxima, invita, crea…



Una iglesia, decía, que guarda tesoros como la escultura de Cristo obra de Miguel Vélez, o las pinturas murales del puño de Rafael Vivar o, si el interés es más hacia la naturaleza, las faldas del cerro Tasqui en donde, según dicen, se jugaba el Pucara con las parroquias vecinas de Zhidmad, Jadán y el Valle, principalmente. 



Sin más que decir de tanto que se puede decir de esta parroquia, Quingeo es un tesoro escondido a aproximadamente 40 minutos de nuestra ciudad, un pedacito de historia detenida en un hipo del tiempo que se abre al turismo invitándonos a recorrerlo, a reconocernos en ese espacio apartado de la sinrazón y la velocidad que nos habitan, cada vez más, la urbe y sus urgencias diarias. 

Cápsula

Ubicado a 28 kilómetros de Cuenca.

Fundado en 1835.

8000 habitantes, aproximadamente.

Declarado Patrimonio Cultural Nacional el 13 de septiembre de 2009.


No hay comentarios:

Publicar un comentario