Quingeo, en donde se detiene el tiempo
Un pueblo con historia y voz propia
Es difícil visitar Quingeo y no querer regresar apenas se lo
deja atrás. Es difícil, decía, recorrer sus casas y balcones y escaleras y no
sentirse parte de esa historia, como si ante la belleza colorida de sus paredes
y la textura firme del barro en que se sostienen anduviera una voz familiar o
un recuerdo a medias, como cuando el sueño se corta y empieza de nuevo sin
dejarse sentir y abordamos ese estado de irrealidad en donde todo se recrea con
una claridad pasmosa.
Y es que Quingeo es una parcela de historia vibrante, de
gente amable pero fuerte y dueña de una arquitectura sinuosa y “ese algo” que
sitúa al visitante en los paisajes de la Comala de Rulfo, como dice mi papá
cada vez que visitamos este hermoso pueblo y sus alrededores, porque a Quingeo
lo he visitado tantas veces que es difícil pensar en algún espacio que me sea
ajeno.
Años atrás, con Hernán Salcedo y Silvia Pesantez, fotógrafo-director
y directora de arte (quizá los mejores de la ciudad y el país y, sobre todo,
entrañables amigos) trabajamos en un proyecto de investigación sobre la
tradición oral de esta parroquia el cual, como resultado final, se plasmó en un
libro de fotografías y una breve narración literaria basada en un estudio
académico sobre las costumbres y tradiciones del lugar.
El libro, publicado por la Subsecretaría de Cultura Región
Sur, en el 2010, se planteó como un reconocimiento a la parroquia, Patrimonio
Cultural de la Nación y fue concebido como una serie de metáforas
“literario-fotográficas” basadas en los moradores del lugar, en su amplio margen
de edades, utilizando sus modismos, su musicalidad y forma de platicar en la
cotidianidad o, por lo menos, esa fue la intención.
Y por esto me resulta familiar hablar de Quingeo, un pueblo
de una belleza que he re-conocido y a la que vuelvo ahora, cámara en mano y la
intención de compartir con usted, amable lector y potencial turista porque, el
turismo, sin dar brincos exagerados, significa visitar lugares “ajenos” para
disfrutarlos y entenderlos en esa aprehensión que hace que nos enamoremos de
los paisajes culturales (como diría
Gabi Eljuri) que luego, por lógica, protegeremos desde el sentimiento de
pertenencia o, mejor, de empatía.
Y empiezo entonces por decir que, en Quingeo, quizá más que
en otros lugares de este austro nuestro, la memoria viva es palpable y se
sostiene en huellas profundas que continúan de generación en generación aunque,
claro, ante la globalización y la modernidad
líquida, muchas de ellas se van diluyendo como la neblina que cubre el
valle de profundos maizales y casas perdidas entre las chacras por el que se
accede a esta entrañable comarca andina.
Quingeo conjuga la arquitectura, la tradición y la naturaleza
Todo pueblo, o casi, tiene su encanto. La cosa es que en
Quingeo casi todo es un encanto. Por esto, para un observador, es fácil
encontrar razones para caminar paso a paso la extensión del pueblo, descubriendo
espacios como la calle que corre paralela a la plaza, detrás de las fachadas de
las casas que encaran a la misma partiendo desde el ingreso a la iglesia; calle
de tierra y piedra que sube y se deja descubrir en las escaleras posteriores de
las viviendas de dos y tres pisos un universo de texturas y colores que
describen mucho del carácter austero y cordial, a la vez, del habitante andino.
Esa sensación de sentirnos protegidos “todo un siempre” por el cerco natural
que nos rodea.
Casas con misterios y secretos, como aquellas que tienen
cuartos construidos bajo tierra, como sótanos que, como dice Omar Reinoso,
vienen desde tiempos ya remotos cuando las comunidades
indígenas -dispersas a los alrededores- se levantaban en huelgas y destruían
las viviendas del poblado por lo que, los dueños de estas casas, se escondían -por
protección- en estos sótanos habitados. O la casa del mismo Sr. Reinoso que
tiene, como en una película de misterio, una grada falsa que da acceso a un
cuarto escondido y, así, secretos encerrados en esta arquitectura fabulosa que
hizo que Quingeo sea considerado Patrimonio Cultural de nuestro país.
Casas de abobe y bahareque con balcones
y terrazas y, por lo menos, dos pisos. Coloridas y juntitas, anchas o estrechas pero todas
profundas y con intrincados sistemas internos para acceder a sus diferentes
pisos, en muchos casos abandonadas, cerradas con candado como queriendo anular
el tiempo que corre a pesar del silencio que gobierna la plaza merced, quizá, a
la migración que tanto a afectado a nuestros pequeños poblados de esta serranía
ecuatorial.
Una iglesia y su plaza que sostienen
una memoria colectiva ya que, como nos platicaban algunos moradores, en esa
misma plaza, no mucho tiempo atrás, se corrían las escaramuzas (serie de figuras trazadas en la explanada por jinetes,
bravos y hábiles, que participan de “la juega”, a breves rasgos) o se jugaba a
la corrida de cinta (en el cual se
tendía un cable de donde colgaban cintas multicolores y una argolla, la misma
que debía ser atravesada por un jinete a toda carrera utilizando un esfero o un
palo) o las chamizas, que ardían con
leña recogida días antes del día de fiesta y que anunciaban la celebración,
como invitando a todos a ser partícipes, como recordando que el fuego aproxima,
invita, crea…
Una iglesia, decía, que guarda tesoros
como la escultura de Cristo obra de Miguel Vélez, o las pinturas murales del
puño de Rafael Vivar o, si el interés es más hacia la naturaleza, las faldas
del cerro Tasqui en donde, según dicen, se jugaba el Pucara con las parroquias
vecinas de Zhidmad, Jadán y el Valle, principalmente.
Sin más que decir de tanto que se puede
decir de esta parroquia, Quingeo es un tesoro escondido a aproximadamente 40
minutos de nuestra ciudad, un pedacito de historia detenida en un hipo del
tiempo que se abre al turismo invitándonos a recorrerlo, a reconocernos en ese espacio
apartado de la sinrazón y la velocidad que nos habitan, cada vez más, la urbe y
sus urgencias diarias.
Cápsula
Ubicado a 28 kilómetros de Cuenca.
Fundado en 1835.
8000 habitantes, aproximadamente.
Declarado Patrimonio Cultural Nacional
el 13 de septiembre de 2009.
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