viernes, 13 de junio de 2014

Paisajismo, todas las ventanas hacia el Parque Nacional Cajas


Paisajismo, todas las ventanas hacia el Parque Nacional Cajas 

Los diferentes escenarios que magnifican al Cajas lo visten de tantas caras que es imposible descifrarlos sin dejar misterios por descubrir…

neblina, agua y montaña al atardecer

Dentro de sus casi 30 mil hectáreas, el área del Parque Nacional Cajas presenta escenarios naturales tan diversos como impactantes: soberbios, mágicos, indecibles...
Y podemos hablar de diferentes ecosistemas que pueblan este parque nacional de altura, como el bosque húmedo montano de San Antonio, Mazán o Jerez, para ejemplificarlo, que semejan, a decir de quienes los visitan y como primera impresión, a los bosques amazónicos, por la cantidad de vegetación que muestran en ese verdor exuberante, repletos de lianas, orquídeas, bromelias y un sinfín de especies que adornan y “enredan” estas latitudes siempre verdes en las cuales, además, encontramos una amplísima variedad y cantidad de especies de aves y mamíferos, como las hurraquitas turquezas, los trogones enmascarados, el tucán andino, el raposo, el conejo, el oso de anteojos y los tigrillos, entre otras, muchas otras, especies más. Como un brócoli gigante, decía un amigo cuando bajábamos el sendero “Zig-zag”, en el bosque de San Antonio, observando la distancia de estos verdores que abundan y exudan vida, como retando la lógica de los casi 3000 msnm sobre los que se levantan.



Así como el otro tipo de bosques que encontramos en el parque, del “árbol de papel” o “quinua”, el famoso polylepis que crece a alturas inverosímiles y adorna así la neblina de los altos páramos andinos de nuestro país y, específicamente, del Cajas. Una suerte de diálogo poético que sostiene la tierra con los éteres a través de las ramas sinuosas y coloridas de estos árboles ya que, a saber, en el parque los encontramos rojos, amarillos, blancos y cafés, todos como si estuviesen enredados, sin una dirección única para crecer, como si fuera un bosque puesto al revés, con sus raíces apuntando al cielo. No hace falta demasiada percepción para darse cuenta de que algo especial sucede entre estos bosques de altura, entre la neblina que los desviste y las pieles que dejan caer, como narrando el desapego; ni para escuchar, atentos, en silencio, los murmullos de tiempos pasados que entonan las ramas y hojas al vaivén de los suaves, a veces huracanados, vientos que azotan la montaña.

Espejos cósmicos, huellas milenarias.

 
caminando la Marmolcocha

La gentileza del paisaje del Cajas es indescriptible: ¡agua por donde se mire! Y es que, cuando se emprende una larga travesía dentro del Parque es inevitable sentir la seguridad de saber que lo que jamás te va a faltar es agua, ya sea para cocinar, para beber, para pescar, para abstraerse observándola o para ubicarse acorde a la laguna que se avista, o a la que se espera llegar.
El Parque Nacional Cajas, lo hemos dicho antes, es el lugar con mayor densidad de agua por km2 en el planeta lo cual es, aunque sobre decirlo, una bendición.
Lagunas como la Luspa y su isla y los más histriónicos atardeceres, o la Osohuayco y sus decenas de entrantes, de cuerpos adyacentes y figuras enigmáticas, así como sus cuevas; la hermosura de la Lagartococha y su concierto de luz cuando cae el sol, en tantos tonos que derivan del azul y el verde; o la inefable belleza de la Verdecocha, tras el durísimo ascenso que toma para llegar a ella, tan aislada, tan solitaria, tan llena de palabras cuando se llega atento a la escucha… o las Negras de San Antonio, quizá las más hermosas de las pequeñitas que hay en el parque, como la Marmolcocha y su colchón blanco que chispea luz desde sus entrañas; o la Toreadora y todo lo que se ha dicho y seguirá diciendo de su incalculable belleza, o la Mama Tomasa y su encañonado casi vertical; o la Cascada y la pared última que la separa del cielo; la Ataudcocha y su bosque en miniatura o las Unidas y el concierto de búhos que las acompañan a cada entrada de la noche; o la Taquiurco y el más hermoso de los amaneceres que se pueda uno imaginar; o el valle de las Burines, con tantos recovecos que, cada vez que uno lo recorre, parece nuevo; o la mágica dimensión de la Duglaycocha, la Sunincocha o las lagunas de Ventanas… y en fin, el paisajismo del Cajas, merced a la belleza de cada laguna lo resume a una infinidad por cada una y MIL-tiplicada por 800, ¿se necesita decir más?

Pajonales: la interminable extensión que vibra


vista desde la cima del Avilahuaico
 
Para completar la belleza paisajística de este paraíso terrenal tenemos el pajonal, ese hermoso y complicado ecosistema que cubre casi la totalidad del parque, dotándole de una extraña textura que fluctúa con el viento, como hipnotizando al viajero.

Y es que es difícil resistirse a la belleza de aquella danza que pareciera ofrecer el pajonal abierto en los valles glaciares, en sus paredes o en los bordes de todas las montañas cuando, de pronto, un viento huracanado lo sacude en un interminable vaivén que seduce los sentidos convidándonos una certeza clara, indecible, pero que se atesora profundo en el entendimiento que escapa a la explicación.



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