Paisajismo, todas las ventanas hacia el Parque Nacional Cajas
Los
diferentes escenarios que magnifican al Cajas lo visten de tantas caras que es
imposible descifrarlos sin dejar misterios por descubrir…
neblina, agua y montaña al atardecer |
Dentro
de sus casi 30 mil hectáreas, el área del Parque Nacional Cajas presenta
escenarios naturales tan diversos como impactantes: soberbios, mágicos,
indecibles...
Y
podemos hablar de diferentes ecosistemas que pueblan este parque nacional de
altura, como el bosque húmedo montano de San Antonio, Mazán o Jerez, para
ejemplificarlo, que semejan, a decir de quienes los visitan y como primera
impresión, a los bosques amazónicos, por la cantidad de vegetación que muestran
en ese verdor exuberante, repletos de lianas,
orquídeas, bromelias y un sinfín de especies que adornan y “enredan” estas latitudes
siempre verdes en las cuales, además, encontramos una amplísima variedad y
cantidad de especies de aves y mamíferos, como las hurraquitas turquezas, los trogones
enmascarados, el tucán andino, el
raposo, el conejo, el oso de anteojos y
los tigrillos, entre otras, muchas otras, especies más. Como un brócoli
gigante, decía un amigo cuando bajábamos el sendero “Zig-zag”, en el bosque de
San Antonio, observando la distancia de estos verdores que abundan y exudan
vida, como retando la lógica de los casi 3000 msnm sobre los que se levantan.
Así
como el otro tipo de bosques que encontramos en el parque, del “árbol de papel”
o “quinua”, el famoso polylepis que
crece a alturas inverosímiles y adorna así la neblina de los altos páramos
andinos de nuestro país y, específicamente, del Cajas. Una suerte de diálogo
poético que sostiene la tierra con los éteres a través de las ramas sinuosas y
coloridas de estos árboles ya que, a saber, en el parque los encontramos rojos,
amarillos, blancos y cafés, todos como si estuviesen enredados, sin una
dirección única para crecer, como si fuera un bosque puesto al revés, con sus
raíces apuntando al cielo. No hace falta demasiada percepción para darse cuenta
de que algo especial sucede entre estos bosques de altura, entre la neblina que
los desviste y las pieles que dejan caer, como narrando el desapego; ni para
escuchar, atentos, en silencio, los murmullos de tiempos pasados que entonan
las ramas y hojas al vaivén de los suaves, a veces huracanados, vientos que
azotan la montaña.
Espejos cósmicos, huellas milenarias.
La
gentileza del paisaje del Cajas es indescriptible: ¡agua por donde se mire! Y
es que, cuando se emprende una larga travesía dentro del Parque es inevitable
sentir la seguridad de saber que lo que jamás te va a faltar es agua, ya sea
para cocinar, para beber, para pescar, para abstraerse observándola o para
ubicarse acorde a la laguna que se avista, o a la que se espera llegar.
El
Parque Nacional Cajas, lo hemos dicho antes, es el lugar con mayor densidad de
agua por km2 en el planeta lo cual es, aunque sobre decirlo, una bendición.
Lagunas
como la Luspa y su isla y los más histriónicos atardeceres, o la Osohuayco y
sus decenas de entrantes, de cuerpos adyacentes y figuras enigmáticas, así como
sus cuevas; la hermosura de la Lagartococha y su concierto de luz cuando cae el
sol, en tantos tonos que derivan del azul y el verde; o la inefable belleza de
la Verdecocha, tras el durísimo ascenso que toma para llegar a ella, tan
aislada, tan solitaria, tan llena de palabras cuando se llega atento a la
escucha… o las Negras de San Antonio, quizá las más hermosas de las pequeñitas
que hay en el parque, como la Marmolcocha y su colchón blanco que chispea luz
desde sus entrañas; o la Toreadora y todo lo que se ha dicho y seguirá diciendo
de su incalculable belleza, o la Mama Tomasa y su encañonado casi vertical; o
la Cascada y la pared última que la separa del cielo; la Ataudcocha y su bosque
en miniatura o las Unidas y el concierto de búhos que las acompañan a cada
entrada de la noche; o la Taquiurco y el más hermoso de los amaneceres que se
pueda uno imaginar; o el valle de las Burines, con tantos recovecos que, cada vez
que uno lo recorre, parece nuevo; o la mágica dimensión de la Duglaycocha, la
Sunincocha o las lagunas de Ventanas… y en fin, el paisajismo del Cajas, merced
a la belleza de cada laguna lo resume a una infinidad por cada una y
MIL-tiplicada por 800, ¿se necesita decir más?
Pajonales: la interminable extensión que vibra
vista desde la cima del Avilahuaico |
Para
completar la belleza paisajística de este paraíso terrenal tenemos el pajonal,
ese hermoso y complicado ecosistema que cubre casi la totalidad del parque,
dotándole de una extraña textura que fluctúa con el viento, como hipnotizando
al viajero.
Y es
que es difícil resistirse a la belleza de aquella danza que pareciera ofrecer
el pajonal abierto en los valles glaciares, en sus paredes o en los bordes de
todas las montañas cuando, de pronto, un viento huracanado lo sacude en un
interminable vaivén que seduce los sentidos convidándonos una certeza clara,
indecible, pero que se atesora profundo en el entendimiento que escapa a la explicación.
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