La laguna Ayauch, Tiwinza
Las aguas calmas de la laguna reflejan la inmensidad
No nos cansamos de decir que el oriente ecuatoriano es,
sencillamente, un milagro. Y es que en esta parcela del paraíso podemos
observar la abundancia de la madre naturaleza en su más festiva expresión:
bosques interminables, pulmones del mundo y guardianes de sus más austeros
misterios; ríos que delinean la tierra serpenteando e irrigando su extensión
mientras conjugan, con la selva, ese laboratorio de vida que hoja con hoja y
especie con especie conforman el lugar con mayor biodiversidad del planeta (me
refiero a la selva amazónica). Un concierto de aves, insectos y todas las
especies que aquí se desarrollan para encanto y sorpresa del ojo atento y el
caminar silencioso que exigen como un acuerdo para ser testigos de la armonía
en movimiento.
Así, semanas atrás, me encontraba recorriendo algunos puntos
de interés turístico en la provincia verde, Morona Santiago y, entre ellos,
tuve la suerte de conocer y palpar (literalmente) la laguna Ayauch, próxima al
cantón Tiwinza, del que todos, o la gran mayoría, escuchamos algo en alguna ocasión.
Un espejo cósmico en la selva
A 3 km de la parroquia Santiago, con aproximadamente 10
hectáreas de superficie
Cuando arribamos a Ayauch, provenientes de Tiwinza y esa suerte
de silencio que lo caracteriza, lo primero que me llamó la atención fue el
reflejo verde del agua quieta repitiendo el bosque hacia el infinito. Una
sensación de calma y misterio que invita o se insinúa como proponiendo un
encuentro más próximo, ya que el vehículo se detuvo a cierta distancia la cual,
sin demora, debía ser proscrita. Por eso, suave, como quien se atreve sobre un
templo o un temblor, caminé hacia la orilla descendiendo un par de metros entre
raíces y lodo para verla de frente y desde la superficie: la perfección del
reflejo. Y pensé entonces en lo hermoso que debería ser estar en ella,
conocerla desde dentro o, mejor, navegarla como quien acaricia el vientre de
una madre… y mientras pensaba aquello en silencio, en el horizonte, como se dice
“de la nada” pude divisar en la lejanía un pequeño bote o panga o barquito o
como sea que se llama aquella embarcación en la que iban, juntos, dos pequeños
hermanos, remando desde la confianza que se tiene cuando se está en casa. Y
llamé, con un grito (nunca aprendí a chiflar) y ellos, prestos, atendieron el
llamado.
- - qué hace en la laguna amigo?
- -
Nada, paseando…
-
- Será que me puede llevar a dar una vuelta?
- -
Claro, súbase…
Y empezó, sin más preámbulos, un paseo que duraría quizá
unos 30 minutos durante los cuales, a cada “remazo” de Freddy, de 8 años de
edad, nos adentrábamos al silencio y la paz de las aguas de Ayauch.
Lagartos, nutrias, tortugas y garzas, entre otros, pueblan este espejo
El espacio que ocupa esta laguna es de aproximadamente 10
hectáreas, con una profundidad máxima de 40 metros en su centro y, según
investigaciones, se presume su origen volcánico. Como no podría ser de otra
manera, la biodiversidad en este ecosistema es basta, y podemos nombrar a las
especies más representativas del lugar, como los colibríes, los lagartos, los
patos pescadores, las nutrias y los guacamayos, las pavas de monte, los monos,
la guanta y una interminable cantidad de otras especies. En cuanto a su flora,
rodean al cuerpo de agua especies nativas como el cedro, el laurel, las palmas,
la sangre de drago, los helechos y muchas más, todas conjugando esa belleza
indescriptible del bosque profundo de la Amazonía el cual, en este lugar, puede
ser apreciado desde el agua, navegando la laguna, o en tierra, utilizando el
sendero ecológico Ayauch, el cual está muy bien delimitado como un sendero auto-guiado
que en un poco más de un kilómetro y medio, o cerca de 3 horas (dependiendo el
paso, claro) nos permite maravillarnos hasta el éxtasis con la belleza de este
ecosistema y su riqueza basta y maravillosa.
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